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In the mood for…Beijing

Volver a Beijing o Pekín (octava ciudad más grande del mundo) tras varios años completamente cerrada a las visitas de extranjeros, era un anhelo y a la vez un desafío ante la incertidumbre sobre qué cambios se habrían producido, qué podría encontrar o no y cómo estarían quienes conozco allí, además de añadir un acompañante a la visita al que insuflar un concentrado de todo lo mejor que destila el país de los Han en unos pocos días.

China es un país cambiante a gran velocidad. Tras varios años sin visitarlo sumado a las estrictas normas durante la pandemia se podían prever algunos cambios, pero qué duda hay de que sus mayores encantos deberían permanecer intactos.

Nada más llegar a Pekín un sentimiento de nostalgia invade, como el que se siente al reencontrar a un viejo amigo al que llevas años sin ver, ese cariño especial que le tenemos los viajeros que hemos sucumbido al encanto de sus virtudes y defectos. Su grandeza impone. No es para menos, capital del que fue imperio de la última civilización antigua que ha llegado a nuestros días. Los enormes contrastes entre el desarrollo con últimas tecnologías frente a las tradiciones centenarias, coexisten de forma tan intrincada que sorprende.

El comienzo siempre presenta algunas dificultades. Su vida cotidiana se ha tecnificado tanto en su propio sistema que cuesta integrar el primer salto, pero una vez superada esa barrera, se abre todo un mundo maravilloso, ¡sin duda Pekín está radiante!. Eran ciertos aquellos comentarios que leí, más cuidada y limpia, y al fin ha desaparecido la perpetua boina que ensombrecía la ciudad pudiendo disfrutarse de un cielo azul limpio y una luz como décadas antes.

El ambiente bullicioso en la calle, cientos de caras entre las que siempre encuentras alguna sonrisa, un sinfín de puestecillos de comidas que nada se parecen a las nuestras, farolillos, niños, la primavera en su esplendor de floración, melocotoneros henchidos, algún que otro rickshaw que pasa… Dos décadas después de la primera visita no todo es como era antes, pero las sensaciones son maravillosas, hay muchísimo que permanece incluso mejorado.

Deseando, cómo no, perderme entre mercados de pinturas tradicionales chinas y talleres de muebles antiguos, escrudiñar cualquier pequeño rincón para traer de nuevo de primera mano a nuestra tienda de decoración de Sevilla esas piezas auténticas y genuinas que sólo el ojo avispado es capaz de encontrar, había reservado unos días también para visitas. ¡No hay que perderse nada!, aunque tratándose de Pekín, siempre nos dejaremos mucho por ver y siempre habrá una excusa para querer volver.

Imprescindible adentrarse en la Ciudad Prohibida y perderse durante horas entre sus pabellones y jardines menos masificados que siglos atrás sólo estaban permitidos para la corte imperial. Continuar la tarde entre serpenteantes Hutongs, callejones de los barrios tradicionales antiguos y probar comida callejera. Dedicar otro día al templo del Cielo y al templo budista de los Lamas. Coger el tren bala para hacer escapada exprés a Xi’an a ver los guerreros de terracota. Pero nunca se llegará a ser un “gran héroe” en esta vida a menos que se logre completar a pie un tramo de la Gran Muralla!.

Tampoco hay que perderse los helados de melocotón o de té verde, el té de jazmín, la fanta de Pekín, brindar “¡ganbei!” con baijiu, la música en vivo con nuestros amigos músicos de allí, los baozi y jiaozi caseros, unos buenos noodles, y el mejor pato laqueado, sin renunciar a otras delicias en restaurantes coreanos o japoneses.

Continuará!